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Lectura de Hoy

27-08-2024

DEVOCIONAL

Devocional: 1 Corintios 1

Los evangélicos suelen crear una línea divisoria entre la justificación y la santificación. La justificación es la declaración por parte de Dios de que un pecador individual es justo, una declaración que no se fundamenta en que la persona sea justa, sino en que Dios acepta la muerte de Cristo en lugar de la del pecador, al que Dios le imputa la justicia de Cristo. Marca el inicio del peregrinaje del creyente. Desde el punto de vista de este, ser justificado es una experiencia vinculada a los buenos propósitos de Dios en la muerte de Cristo, de una vez y por todas.

Por otro lado, en la tradición protestante, la santificación se ha entendido normalmente como el proceso mediante el cual los creyentes se van tornando progresivamente más santos. (En griego, como en español, las palabras santo, santificado y santificación tienen la misma raíz.) Esto no es una experiencia de una sola vez, sino que refleja un peregrinaje de toda la vida, un proceso que no se completará hasta llegar el nuevo cielo y la nueva tierra. No es algo a lo cual Dios nos invita, sino que es lo que debemos ser, por el poder que él nos da para serlo.

No distinguir entre la justificación y la santificación suele provocar que se desdibuje la idea de la justificación. Si esta toma un matiz de crecimiento personal en justicia, fácilmente se pierde la naturaleza forense y declarativa de la justificación, y empezamos a dejar que se cuele por la puerta de atrás una especie de justicia por obras.

Históricamente, por supuesto, queda justificada la advertencia. Uno siempre debe estar vigilante para preservar el énfasis de Pablo en la justificación. Pero este análisis no siempre ha favorecido a la familia léxica de la palabra SANTIFICACIÓN. Los estudiosos de Pablo se han dado cuenta de que a veces se habla de ser “santificados” en un sentido POSICIONAL o por DEFINICIÓN; es decir, estas personas están separadas para Dios (PO- SICIONAL) y por ello ya son santificadas (por DEFINICIÓN). En dichos pasajes, no se habla de un proceso de volverse progresivamente más santo.

La mayoría de las ocasiones en las que Pablo habla de ser “santos” o “santificados” queda dentro de este campo de la teoría POSICIONAL o por DEFINICIÓN. Ciertamente es así en 1 Corintios 1:2: Pablo escribe “a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús y llamados a ser su santo pueblo”. Los corintios ya son santificados; han sido separados para Dios. Por lo tanto, han sido llamados a ser santos; es decir, a vivir su vida de acuerdo con su llamado (en lo cual, a nivel general, han fracasado olímpi- camente, a juzgar por el resto del libro).

Por supuesto que hay muchos pasajes que hablan de crecimiento y mejoría que no usan la palabra SANTIFICACIÓN; para empezar, medita en Filipenses 3:12-16. Si decidimos tomar prestado de la teología sistemática el término SANTIFICACIÓN para describir este crecimiento, no está mal. Pero entonces, no debemos darle este significado al uso de Pablo cuando se trata de otra cosa.

Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.
Devocional: Lamentaciones 4
La cuarta endecha (Lamentaciones 4) aporta diversas imágenes mentales para describir el sufrimiento del asedio final de Jerusalén y más allá. También expone algunas de las razones por las que se impuso el juicio, y acaba con un susurro de esperanza.

El poema comienza comparando a los habitantes de Jerusalén con oro que ha perdido su lustre (4:1). Como este, eran preciados, pero ahora son como los tiestos de arcilla más baratos (4:2). Bajo condiciones de asedio y deportación, la comida es tan escasa que las madres ya no pueden alimentar más a sus hijos; incluso los cachorros de chacal reciben un trato mejor (4:3-4). Dios destruyó Sodoma, conocida por su maldad, con un rápido holocausto, “en un instante” (4:6). Sin embargo, el castigo del pueblo del poeta es mayor que el de Sodoma (4:6); un asedio es algo espantoso y prolongado, y el exilio que le sigue es continuo. El supuesto teológico, desde luego, es que existen grados de culpa: los más conocedores de los caminos de Dios pueden tener menos excusa, y por tanto esperar un juicio más severo (p. ej., Mateo 11:20-24). En cuanto a los miembros de la nobleza, están tan consumidos, degradados y sucios como el resto, por lo que no se les puede distinguir (4:8-9); otra forma de decir que los líderes de la pequeña nación han sido destruidos. Son tan miserables que son inmundos, física y ceremonialmente, como los leprosos que deben sobrevivir a duras penas donde nadie quiere tener contacto con ellos (4:14-15). “El ungido del Señor” (4:20), una referencia al rey Sedequías en este caso, demuestra no servir para nada: “Era él de quien decíamos: ¡Viviremos bajo su sombra entre las naciones!” (4:20), es decir, seguros en el conocimiento de que pertenecía al linaje de David, el ungido del Señor. Sin embargo, al haber destruido la ciudad y el templo, Dios también echó del trono a los descendientes davídicos.

¿Por qué lo hizo? “Por los pecados de sus profetas. Por las iniquidades de sus sacerdotes” (4:13). El escritor no está queriendo decir que los líderes religiosos eran los únicos pecadores, sino que ellos, los que tendrían que haber hecho más para mantener la fidelidad al pacto en la nación, la llevaron a la corrupción y la infidelidad en su lugar. Debido a la posición que ostentaban, lejos de evitar el declive nacional, lo incitaron y aceleraron. ¿Dónde ocurre esto también actualmente?

La historia no acaba aquí. El escritor se mofa de sus vecinos paganos diciéndoles que pueden disfrutar también del momento, porque les llegará el turno. Dios los castigará, al igual que a Israel, y un día la comunidad del pacto, aunque afligida ahora, dejará tras de sí toda huella del exilio (4:21-22). El Ungido del Señor les dará descanso.

Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2016. Usado con permiso.
1 Samuel 19
Jonatán intercede por David
19 Saúl les dijo a su hijo Jonatán y a todos sus siervos que dieran muerte a David; pero Jonatán, hijo de Saúl, apreciaba grandemente a David. 2 Así que Jonatán le avisó a David: «Saúl mi padre procura matarte. Ahora pues, te ruego que estés alerta por la mañana, y permanezcas en un lugar secreto y te escondas. 3 Yo saldré y me pondré al lado de mi padre en el campo donde tú te encuentres, y hablaré con mi padre de ti. Si descubro algo, te avisaré».

4 Entonces Jonatán habló bien de David a Saúl su padre, y le dijo: «No peque el rey contra David su siervo, puesto que él no ha pecado contra usted, y puesto que sus hechos han sido de mucho beneficio para usted. 5 Porque puso su vida en peligro e hirió al filisteo, y el Señor trajo una gran liberación a todo Israel; usted lo vio y se regocijó. ¿Por qué, pues, pecará contra sangre inocente, dando muerte a David sin causa?». 6 Y escuchó Saúl la voz de Jonatán, y juró: «Vive el Señor que no morirá». 7 Entonces Jonatán llamó a David y le comunicó todas estas palabras. Y Jonatán llevó a David ante Saúl, y estuvo en su presencia como antes.

8 Cuando hubo guerra de nuevo, David salió y peleó contra los filisteos, y los derrotó con gran matanza, y huyeron delante de él. 9 Y vino un espíritu malo de parte del Señor sobre Saúl; y estaba él sentado en su casa con su lanza en la mano mientras David tocaba el arpa. 10 Y Saúl trató de clavar a David en la pared con la lanza, pero este se echó de la presencia de Saúl, y la lanza se clavó en la pared. David huyó y escapó aquella noche.

David salvado por Mical

11 Saúl envió mensajeros a la casa de David para vigilarlo a fin de matarlo por la mañana; pero Mical, mujer de David, le avisó: «Si no pones a salvo tu vida esta noche, mañana te darán muerte». 12 Mical descolgó a David por una ventana, y él salió, huyó y escapó. 13 Entonces Mical tomó el ídolo doméstico y lo puso en la cama, después puso a su cabecera una almohada de pelo de cabra y lo cubrió con ropa.14 Cuando Saúl envió mensajeros para llevarse a David, ella dijo: «Está enfermo». 

15 Pero Saúl envió a los mensajeros a ver a David, diciéndoles: «Tráiganmelo en la cama, para que yo lo mate». 16 Cuando los mensajeros entraron, vieron que el ídolo doméstico era lo que estaba sobre la cama con la almohada de pelo de cabra en su cabecera. 17 Entonces Saúl dijo a Mical: «¿Por qué me has engañado de esta manera y has dejado ir a mi enemigo, de modo que ha escapado?». Y Mical dijo a Saúl: «Él me dijo: “Déjame ir, porque si no te mato”».18 Huyó, pues, David y escapó, y fue a donde estaba Samuel en Ramá, y le contó todo lo que Saúl le había hecho. Y David y Samuel fueron y se quedaron en Naiot. 

19 Y se le informó a Saúl: «David está en Naiot, en Ramá». 20 Así que Saúl envió mensajeros para llevarse a David, pero cuando vieron al grupo de los profetas profetizando, y a Samuel de pie presidiéndolos, el Espíritu de Dios vino sobre los mensajeros de Saúl, y ellos también profetizaron. 21 Cuando se lo dijeron a Saúl, envió otros mensajeros, y también ellos profetizaron. Y por tercera vez Saúl envió mensajeros, y ellos también profetizaron. 22 Entonces él mismo fue a Ramá, y llegó hasta el pozo grande que está en Secú; y preguntó: «¿Dónde están Samuel y David?». Y alguien dijo: «Están en Naiot en Ramá». 

23 Y él prosiguió hasta Naiot en Ramá; y el Espíritu de Dios también vino sobre él, e iba profetizando continuamente hasta llegar a Naiot en Ramá. 24 Se quitó además la ropa, también profetizó delante de Samuel, y estuvo echado desnudo todo aquel día y toda la noche. Por lo que suele decirse: «¿También está Saúl entre los profetas?»

Nueva Biblia de las Américas Copyright © 2005 por The Lockman Foundation, La Habra, California. Todos los derechos reservados. Para más información, visita www.exploranbla.com
1 Corintios 1
LIBRO QUINTO
Saludo

1 Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, 2 a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con todos los que en cualquier parte invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: 3 Gracia y paz a ustedes de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Acción de gracias

4 Siempre doy gracias a mi Dios por ustedes, por la gracia de Dios que les fue dada en Cristo Jesús. 5 Porque en todo ustedes fueron enriquecidos en Él, en toda palabra y en todo conocimiento, 6 así como el testimonio acerca de Cristo fue confirmado en ustedes; 7 de manera que nada les falta en ningún don, esperando ansiosamente la revelación de nuestro Señor Jesucristo. 8 Él también los confirmará hasta el fin, para que sean irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. 9 Fiel es Dios, por medio de quien fueron llamados a la comunión con Su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.

Exhortación a la unidad

10 Les ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos se pongan de acuerdo, y que no haya divisiones entre ustedes, sino que estén enteramente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer. 11 Porque he sido informado acerca de ustedes, hermanos míos, por los de Cloé, que hay discusiones entre ustedes. 12 Me refiero a que cada uno de ustedes dice: «Yo soy de Pablo», otro: «yo de Apolos», otro: «yo de Cefas», y otro: «yo de Cristo». 13 ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por ustedes? ¿O fueron bautizados en el nombre de Pablo?

14 Doy gracias a Dios que no bauticé a ninguno de ustedes, excepto a Crispo y a Gayo, 15 para que nadie diga que fueron bautizados en mi nombre. 16 También bauticé a los de la casa de Estéfanas; por lo demás, no sé si bauticé a algún otro. 17 Pues Cristo no me envió a bautizar, sino a predicar el evangelio, no con palabras elocuentes, para que no se haga vana la cruz de Cristo.

Cristo, poder de Dios

18 Porque la palabra de la cruz es necedad para los que se pierden, pero para nosotros los salvos es poder de Dios. 19 Porque está escrito:«Destruiré la sabiduría de los sabios,
Y el entendimiento de los inteligentes desecharé».20 ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el que sabe discutir en este siglo? ¿No ha hecho Dios que la sabiduría de este mundo sea necedad? 21 Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios por medio de su propia sabiduría, agradó a Dios mediante la necedad de la predicación salvar a los que creen. 

22 Porque en verdad los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría; 23 pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles. 24 Sin embargo, para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios. 25 Porque la necedad de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres.

Cristo, sabiduría de Dios

26 Pues consideren, hermanos, su llamamiento. No hubo muchos sabios conforme a la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. 27 Sino que Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo que es fuerte. 28 También Dios ha escogido lo vil y despreciado del mundo: lo que no es, para anular lo que es, 29 para que nadie se jacte delante de Dios.

30 Pero por obra Suya están ustedes en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, santificación y redención, 31 para que, tal como está escrito: «El que se gloría, que se gloríe en el Señor».

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Lamentaciones 4
Sufrimientos a causa del sitio

4¡Cómo se ha ennegrecido el oro,
Cómo ha cambiado el oro puro!
Esparcidas están las piedras sagradas
Por las esquinas de todas las calles.
2 Los hijos preciados de Sión,
Que valían su peso en oro puro,
¡Cómo son tenidos por vasijas de barro,
Obra de manos de alfarero!
3 Aun los chacales dan las ubres,
Dan de mamar a sus crías;
Pero la hija de mi pueblo se ha vuelto cruel
Como los avestruces en el desierto.

4 La lengua del niño de pecho se le pega
Al paladar por la sed;
Los pequeños piden pan,
Pero no hay quien se lo reparta.
5 Los que comían manjares
Andan desolados por las calles;
Los que se criaron entre púrpura
Abrazan cenizales.
6 La iniquidad de la hija de mi pueblo
Es mayor que el pecado de Sodoma,
Que fue derribada en un instante
Sin que manos actuaran contra ella.
7 Sus consagrados eran más puros que la nieve,
Más blancos que la leche,
Más rojizos de cuerpo que los corales,
Como el zafiro era su apariencia.

8 Más negro que el hollín es su aspecto,
No se les reconoce por las calles;
Se les ha pegado la piel a sus huesos,
Se ha marchitado, se ha vuelto como madera.
9 Más dichosos son los que mueren a espada
Que los que mueren de hambre,
Que se consumen, extenuados,
Por falta de los frutos de los campos.
10 Las manos de mujeres compasivas
Cocieron a sus propios hijos,
Que les sirvieron de comida
A causa de la destrucción de la hija de mi pueblo.
11 El Señor ha cumplido Su furor,
Ha derramado Su ardiente ira.
Ha prendido un fuego en Sión
Que ha consumido sus cimientos.

12 No creyeron los reyes de la tierra,
Ni ninguno de los habitantes del mundo,
Que el adversario y el enemigo pudieran entrar
Por las puertas de Jerusalén.
13 Pero a causa de los pecados de sus profetas
Y de las iniquidades de sus sacerdotes,
Quienes derramaron en medio de ella
La sangre de los justos,
14 Vagaron ciegos por las calles,
Manchados de sangre,
Sin que nadie pudiera tocar sus vestidos.
15 «¡Apártense! ¡Inmundos!», gritaban de sí mismos.
«¡Apártense, apártense, no nos toquen!».
Así que huyeron y vagaron.
Entre las naciones se decía:
«No seguirán residiendo entre nosotros».

16 La presencia del Señor los dispersó,
No volverá a mirarlos.
Ellos no honraron a los sacerdotes,
Ni tuvieron piedad de los ancianos.
17 Aun nuestros ojos desfallecían,
Buscar ayuda fue inútil.
En nuestro velar hemos aguardado
A una nación incapaz de salvar.
18 Ponían trampas a nuestros pasos
Para que no anduviéramos por nuestras calles.
Nuestro fin se acercaba,
Se cumplieron nuestros días,
Porque había llegado nuestro fin.
19 Nuestros perseguidores eran más veloces
Que las águilas del cielo;
Por los montes nos persiguieron,
En el desierto nos tendieron emboscadas.

20 El aliento de nuestras vidas, el ungido del Señor,
Fue atrapado en sus fosos,
Aquel de quien habíamos dicho: «A su sombra
Viviremos entre las naciones».
21 Regocíjate y alégrate, hija de Edom,
La que habitas en la tierra de Uz;
También a ti llegará la copa,
Te embriagarás y te desnudarás.
22 Se ha completado el castigo de tu iniquidad, hija de Sión:
No volverá Él a desterrarte;
Mas castigará tu iniquidad, hija de Edom;
Pondrá al descubierto tus pecados.

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Salmos 35
Oración de un justo perseguido
Salmo de David.
35 Combate, oh Señor, a los que me combaten; Ataca a los que me atacan. 2 Echa mano del broquel y del escudo, Y levántate en mi ayuda. 3 Empuña también la lanza y el hacha para enfrentarte a los que me persiguen; Dile a mi alma: «Yo soy tu salvación».

4 Sean avergonzados y confundidos los que buscan mi vida; Sean puestos en fuga y humillados los que traman el mal contra mí. 5 Sean como paja delante del viento, Con el ángel del Señor acosándolos. 6 Sea su camino tenebroso y resbaladizo, Con el ángel del Señor persiguiéndolos. 7 Porque sin causa me tendieron su red; Sin causa cavaron fosa para mi alma. 8 Que venga destrucción sobre él sin darse cuenta, Y la red que él mismo tendió lo prenda, ¡Que caiga en esa misma destrucción!

9 Y mi alma se regocijará en el Señor; En Su salvación se gozará. 10 Dirán todos mis huesos: «Señor, ¿quién como Tú, Que libras al afligido de aquel que es más fuerte que él, Sí, al afligido y al necesitado de aquel que lo despoja?». 11 Se levantan testigos malvados, Y de lo que no sé me preguntan. 12 Me devuelven mal por bien Para aflicción de mi alma.

13 Pero yo, cuando ellos estaban enfermos, vestía de cilicio; Humillé mi alma con ayuno, Y mi oración se repetía en mi pecho. 14 Como por mi amigo, como por mi hermano, andaba de aquí para allá; Como el que está de duelo por la madre, enlutado me encorvaba. 15 Pero ellos se alegraron en mi tropiezo, y se reunieron; Los agresores, a quienes no conocía, se juntaron contra mí; Me despedazaban sin cesar.

16 Como bufones impíos en una fiesta, Rechinaban sus dientes contra mí.
17 ¿Hasta cuándo, Señor, estarás mirando? Rescata mi alma de sus estragos, Mi única vida de los leones. 18 En la gran congregación te daré gracias; Entre mucha gente te alabaré. 19 No permitas que se regocijen a costa mía los que injustamente son mis enemigos, Ni que guiñen el ojo con malicia los que sin causa me aborrecen.

20 Porque ellos no hablan paz, Sino que piensan palabras engañosas contra los pacíficos de la tierra, 21 Y abrieron bien grande su boca contra mí; Dijeron: «¡Ajá, nuestros ojos lo han visto!».
22 Tú lo has visto, Señor, no calles; Señor, no estés lejos de mí. 23 Despierta y levántate para mi defensa Y para mi causa, Dios mío y Señor mío.

24 Júzgame conforme a Tu justicia, oh Señor, Dios mío; Que no se rían de mí. 25 Que no digan en su corazón: «¡Esto es lo que queríamos!». Que no digan: «¡Lo hemos devorado!». 26 Sean avergonzados y humillados a una los que se alegran de mi mal; Cúbranse de vergüenza y deshonra los que se engrandecen contra mí.

27 Canten de júbilo y regocíjense los que favorecen mi causa; Y digan continuamente: «Engrandecido sea el Señor, Que se deleita en la paz de Su siervo». 28 Y mi lengua hablará de Tu justicia Y de Tu alabanza todo el día.

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